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lunes, 29 de marzo de 2010

Anotaciones sobre el plegamiento del ser y soberanía de la lengua de Alain Badiou

Por Fabián Muchiut
fabisland@hotmail.com

Intentemos improvisar sobre algunas cuestiones del pensamiento de Alain Badiou sobre el lenguaje.

En uno de los puntos que, a mi entender, arroja luz sobre el posicionamiento del filósofo sobre el tema del giro lingüístico, titulado “Plegamiento del ser y soberanía de la lengua”, da algunas pistas sobre tres concepciones que intentan “pensar” aquellas situaciones que son “indiscernibles” para el lenguaje.

Partamos de la base de que, para Badiou, la ontología es la matemática pos-cantoriana. Ésta da las orientaciones para que se puedan pensar las situaciones indiscernibles. ¿Qué es un “indiscernible”? Hay que pensarlo en clave matemática, pero podemos decirlo en estos términos: un indiscernible o genérico (lo que aquí es lo mismo), sería aquello que no puede ser claramente identificable por el lenguaje, que es siempre el de una determinada situación. Lo indiscernible se encuentra en un punto intermedio (por así decirlo), entre lo presentado y lo representado.

Aclaremos esto último. Badiou llama “situación” a toda multiplicidad estructurada. Dice “multiplicidad” porque parte del supuesto de que el ser es “múltiple”. Esto no significa que haya muchos seres o una multiplicidad de seres. Esto no sería posible de ser pensado en un principio, porque siempre pensamos el ser en retrospección, o sea, desde una situación que, como tal, ya fue estructurada (unificada) por lo que el filósofo llama “cuenta-por-uno”. Entonces, el ser es múltiple inmanentemente. Y sólo puede inferirse el fantasma de su existencia a partir de la unificación operada por la cuenta por uno de la que resulta la situación. Antes de la cuenta, el ser es la multiplicidad inconsistente, sin “unos”, heterogeneidad pura. Luego de la cuenta, las multiplicidades se vuelven consistentes y se las puede agrupar en “multiplicidades consistentes”, o contadas como conjuntos de cosas (chanchos, perros, vacas, árboles, humanos, etc.).

Todo ello, entonces, conforma lo que Badiou llama “situación”. Pero hay una complicación más: Badiou afirma también que las situaciones están siempre amenazadas por el fantasma de la nada o del vacío; en otras palabras, en la primera cuenta se corre el riesgo de dejar fuera de la misma algo que se le haya escapado. Por esta razón se necesita una segunda cuenta, de la que resultaría lo que Badiou llama “estado de situación”. El estado de situación es una “reduplicación” de la cuenta inicial, por la cual se asegura el conteo total de las “partes” de la situación. O para decirlo en lenguaje matemático: si la primera cuenta abarca lo que “pertenece” a una determinada situación, la segunda cuenta hace lo mismo pero con lo que está “incluido”. La situación es el conjunto de lo que pertenece a esa situación, y el estado es el “conjunto de las partes o subconjuntos” de esa situación. (Retomando el ejemplo anterior de los chanchos, indica las distintas clases -o subconjuntos- de chanchos: blancos, negros, viejos, jóvenes, adolescentes, desocupados, trabajadores, etc. Lo mismo con lo demás).

Así, el subconjunto de los conjuntos es más “grande” que el conjunto. Este es el llamado axioma de los subconjuntos, donde el conjunto de las partes es más grande que el todo. Hay un “exceso” del estado respecto de la situación. (El teorema del punto de exceso afirma que hay por lo menos un elemento que no pertenece o que no puede ser contado por la situación; sin embargo, en el teorema de Easton se afirma no sólo esto, sino que además el estado domina infinitamente la situación porque la excede de igual manera).

En realidad, Badiou afirma que hay dos excesos respecto de la situación. Una es la del estado, donde las partes del conjunto exceden infinitamente al conjunto. Y un segundo exceso, que es el del vacío, que para el filósofo es el nombre propio del ser. Ahora lo explicaremos.

Dejemos claro algunas sinonimias: situación = presentación; estado de situación = representación.

Ahora bien, el exceso del estado sobre la situación, o de la representación sobre la presentación, por un lado; y el exceso del vacío, por otro, es lo que nos interesa aquí. Pero intentemos dar un ejemplo.

Supongamos una situación educativa cualquiera: un salón con un profesor y unos veinte alumnos. Esta sería lo que está presentado. En eso no hay ninguna dificultad. Todos ellos serían el conjunto que conforma una determinada situación.

Ahora bien ¿en qué sentido excede el estado a la situación? Tengamos en cuenta, para comenzar, que Badiou juega con el sentido de la palabra “estado”, en el sentido matemático y en el “político” del término. Así, entonces, hay una realidad “presentada” (la realidad social, en este caso, la clase con el conjunto que le pertenece); y una “representación estatal” (en el doble sentido del término).

Veamos ahora cómo el Estado representa al conjunto presentado, donde cuenta las partes o subconjuntos del mismo. Habíamos mencionado una situación educativa cualquiera, una clase. Esto era lo que estaba presentado. Ahora, el Estado, que es agente de la representación, dará cuenta de la partes de esa situación. Por ejemplo, el profesor (que es tal en virtud de que es reconocido por el Estado), verá en su clase que hay distintos clases o grupos de alumnos. Habrá algunos estudiosos, otros que repitieron el año anterior, otros vagos, otros, en fin, intermedios. Además, puede clasificarlos por su procedencia socio-económica o geográfica (de la clase acomodada, de clase media, de clase media-baja, baja; o bien, de Corrientes, de Chaco, de Rosario, de Santa Fe, de Fortín Olmos, de Vera, etc.). Como así también, podrá representar clases de alumnos o grupos que no están presentados o no son ya alumnos, como el caso de los “desertores”, que el Estado los tiene en cuenta, aunque no estén presentados en la situación, (porque le es más conveniente representar una nada que implementar los medios para subsanar las secuelas de ese vacío).

Como se ve, el conjunto de los subconjuntos es más grande que el conjunto inicial. Y la representación podría ser infinita. Esta inconmensurabilidad de la representación es lo que Badiou llama “exceso del estado”. Badiou aclara además que al Estado no le interesan los individuos en cuanto tales, sino en cuanto parte (incluido, en este caso) de un determinado grupo o sector social. Por ejemplo, no le interesa “Fabián Muchiut” como individuo, sino como parte del colectivo de profesores (o como parte de los individuos de clase media que paga ingresos brutos y otros impuestos, como el I.V.A, etc.). Para el estado existen sólo los conjuntos y los subconjuntos.

Pasemos ahora al exceso del vacío o del ser, que es adonde queríamos llegar.

Ha quedado claro, entonces, que el estado de situación excede infinitamente a la situación. De ese exceso puede dar cuenta la lengua del estado. Pero hay un exceso que no puede ser representado por la lengua del estado, aunque esta cuestión ha sido pensada desde distintas perspectivas.

Si acordamos con Badiou en llamar pensamiento al “deseo de pensar el exceso del estado”, o sea, ese inconmensurable vacío que erra entre la presentación y la representación, entonces, hay tres maneras, “orientaciones” o tentativas de/para pensarlo:

La primera, que Badiou llamará gramática o programática, sostendrá que es en la lengua donde se origina la desmesura del exceso, basada por lo tanto en un principio de distinción de los agrupamientos incluidos en la estructura.

La segunda, en cambio, se basará en la postulación de lo indiscernible o genérico para pensar el exceso.

Y una tercera que apelará a un “punto de detención” del errar del exceso, donde “conviene, más bien, distinguir un infinito gigantesco que prescriba una disposición jerárquica, donde ya nada podría errar”; es decir, a un punto de trascendencia que garantizaría en última instancia la ley del errar del exceso y su punto omega de detención.

Badiou apelará a una cuarta forma de pensar el exceso, que consiste en pensar el exceso desde fuera de los postulados de la matemáticas (u ontología), y hacerlo desde la perspectiva de un Acontecimiento. Aquí no se tiene como referencia ya a los matemáticos (Cantor, Cohen, etc.) sino a pensadores como Marx y Freud.

viernes, 5 de marzo de 2010

El Lazarillo no es anónimo

La paleógrafa Mercedes Agulló documenta que su autor es Diego Hurtado de Mendoza

Por Blanca Berasategui
Revista El Cultural, Madrid, 5 de marzo de 2010

La noticia es trascendental para la historia de nuestra literatura. El Lazarillo, considerada como la primera novela moderna, embrión del Quijote, no es anónimo, como hasta ahora se ha venido considerando. La paleógrafa más prestigiosa y reconocida en el mundo académico, Mercedes Agulló, documenta en un libro que aparecerá dentro de unos días en la editorial Calambur con el modesto título de A vueltas con el autor del Lazarillo, que Diego Hurtado de Mendoza -personaje fascinante del siglo XVI- es, con toda probabilidad, su autor. Los papeles encontrados por Mercedes Agulló en la testamentaría del cronista López de Velasco, su albacea, así lo acreditan.

A la gran paleógrafa Mercedes Agulló (Madrid, 1925) le debemos el hallazgo. Lleva Mercedes décadas -toda su vida de investigadora, en realidad- revisando inventarios de libros, buscando en fuentes documentales de todo tipo, así que A vueltas con el autor del Lazarillo “no es el resultado de un hallazgo casual, sino de la tenaz persecución de un hilo durante todo este tiempo”.

La considerada como primera novela moderna -embrión del Quijote- ha sido motivo de estudio de los mejores especialistas. Durante los dos últimos siglos se le han adjudicado autorías distintas y procedencias estéticas e ideológicas muy diversas, pero nunca se había encontrado un testimonio directo que lo relacionara con un autor, y que permitiera un estudio documentado. El Lazarillo se publicó en 1554 y, al poco tiempo, en 1559, sus supuestas obscenidades e irreverencias lo llevaron al Catálogo de Libros Prohibidos.

Quiere Mercedes Agulló que quede claro que la casualidad no ha intervenido en su investigación. Y para ello quiere empezar por el principio, por su Tesis doctoral, que versó sobre La imprenta y el comercio de libros en Madrid. Siglos XVI-XVIII.

- Para redactarla me fue necesario consultar la documentación de Archivos parroquiales, Archivo Histórico de Protocolos y el Histórico Nacional, esencialmente. Entre esos documentos figuran muchos Inventarios de libros, tanto de impresores y libreros, como de personajes. Acabada la Tesis, no terminé yo mi tarea sino que la continué con idea de hacer unas “Adiciones”, que en este momento ya tengo preparadas para su publicación, una vez que la Tesis está en Internet, para que al menos sea útil y no esté sometida a “saqueos”. En estas “Adiciones”, he prestado especial atención a los Inventarios y tasaciones y, en mi búsqueda, di con el de los libros pertenecientes a un abogado Juan de Valdés, dueño nada menos que de casi 300 obras (todas inventariadas con su lugar de impresión y año, lo que no es muy habitual). Más importante todavía es que, junto al Inventario de ese Valdés, su hermana y testamentaria realizó el de los bienes y libros de Juan López de Velasco, de quien el abogado había sido testamentario.

Papeles de López de Velasco
“¡Ese Inventario sí que es una auténtica joya y un centón de noticias!”, subraya Mercedes, que está preparando ya un trabajo sobre ambas “librerías” (como se llamaban entonces las bibliotecas). Nos recuerda la autora la importancia de este personaje de la corte de Felipe II, cosmógrafo, gramático, historiador, que poseía una biblioteca impresionante de libros sobre América. Pero, lo más importante, López de Velasco fue encargado (¿por el Rey?) oficialmente de “castigar” el Lazarillo en 1573, es decir, de podarlo y censurarlo para poder sacarlo del Catálogo de los libros prohibidos.

“Puede suponer -cuenta Mercedes- con qué atención y minuciosidad leí ese Inventario. Junto a un importantísimo bloque documental de “papeles” americanos y una gran parte de las obras de San Isidoro (recogidas en la Cartuja sevillana de Las Cuevas, en León, en Alcalá… porque López de Velasco estaba trabajando en el tema), se encontraba en una serie de serones y cajones el impresionante lote de documentos acumulados por don Diego Hurtado de Mendoza durante su larga vida -75 años- ya que al Cosmógrafo Real se le había encargado la administración de su hacienda. Ahí encontramos, al lado de “Una copia de Las guerras de Granada y otros papeles de la hacienda de Carmona”, dos líneas que dicen: UN LEGAJO DE CORRECCIONES HECHAS PARA LA IMPRESIÓN DE LAZARILLO Y PROPALADIA.

“Creo que estuve leyendo y releyendo esas dos líneas no sé el tiempo…” añade.
Todo esto lo cuenta Mercedes Agulló con un garbo y una memoria envidiables, impropios de sus 84 años desde su casa de El Puerto de Santa María, donde vive con su perro, su gato y millares de copias de legajos valiosos, que esconderán sin duda secretos de nuestra literatura y nuestra historia. Ahora trabaja sobre tapiceros y bordadores de los siglos XVI al XIX, “pero de lo que sí presumo -dice entre risas- es de ser una buena paleógrafa”.

La afirmación no es baladí porque la lectura de documentos de los siglos XVI y XVII es una tarea complicadísima, casi imposible, para el común de los mortales. A partir de aquel hallazgo, la investigadora confiesa haber invertido en el Lazarillo sus buenos cinco años, “¡ no siempre escribiendo, claro!, sino esperando libros pedidos que tardaban meses en llegar y cuya petición tramitaba Pilar Alcina, sin cuya ayuda no habría sido posible contar con ellos”. Cinco años de comprobaciones, lecturas, “porque un buen investigador debe siempre conocer, antes de escribir una sola línea, lo que ya se ha dicho y escrito”, y en el caso del Lazarillo la bibliografía casi alcanza la del Quijote…

Museos de Madrid
Mercedes fue directora durante once años de los Museos Municipales de Madrid , que es la actividad profesional de la que se siente más satisfecha. “De mí dependieron -cuenta con orgullo - el viejo Museo (25 años cerrado hasta mi llegada) de la calle de Fuencarral, el Arqueo- lógico, por algún tiempo el Conde Duque y hasta la Ermita de San Antonio de la Florida. Hicimos algunas de las Exposiciones más importantes sobre Madrid; no le doy títulos porque fueron más de cincuenta, y sus catálogos, hoy en su mayoría agotados, son imprescindibles para el estudio de la Villa”.

Cauta y rigurosa, aunque entusiasmada, Mercedes Agulló insiste en que “desde luego, nada puede darse como absolutamente definitivo, pero el hecho de que el legajo con correcciones hechas para la impresión de Lazarillo se hallara entre los papeles de don Diego Hurtado de Mendoza, me ha permitido desarrollar en mi libro una hipótesis seria sobre la autoría del Lazarillo, que fortalecida por otros hechos y circunstancias apunta sólidamente en la dirección de don Diego”.

-Su investigación da al traste con dos siglos de estudios por parte de prestigiosos especialistas y eruditos como Martín de Riquer, Blecua, Rico, Rosa Navarro...
-Hasta ahora, todas las atribuciones del precioso librillo no han tenido base documental en que apoyarse.Trabajos excepcionales han considerado diferentes aspectos de la obra, la formación y lecturas de su autor, su conocimiento de la sociedad de su tiempo, tan maravillosamente reflejada en la obra, pero no había referencia a un texto que relacionase autor y obra. Para mí todas las opiniones son aceptables y todas tienen su justificación y son resultado de importantes averiguaciones. Yo he analizado el tema desde el punto de vista de un historiador…

A vueltas con el autor del Lazarillo (Calambur) verá la luz dentro de unos días y conoceremos entonces cuál es la reacción de los especialistas. Probablemente haya que cambiar muchas cosas de los libros de literatura. Mientras tanto, la investigadora me transmite esta petición: “Habrá que pedir al alcalde de Madrid que ponga una placa de don Diego Hurtado de Mendoza en la calle de Toledo y en la casa, que yo he localizado, donde murió.”

(1er plano: El ciego y el Lazarillo, 2do plano: Iglesia de Santiago; Salamanca, España)




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FUENTE
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El Cultural . Artículo extraído completo de esta dirección:
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26742/El_Lazarillo_no_es_anonimo



>> Artículo relacionado

Juaralde, Pablo, "Primera documentación sobre el autor del Lazarillo", Revista El Cultural, Madrid, 5 de marzo de 2010
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26743/Primera_documentacion_sobre_el_autor_del_Lazarillo

>> Obras de Diego Hurtado de Mendoza

Hurtado de Mendoza, Diego (1503-1575), Obras digitalizadas en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
http://www.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=96

martes, 2 de marzo de 2010

El español en Brasil: negocio o educación

por Xoán Carlos Lagares

Amicus Plato, sed magis amica veritas
Cicerón

Suelo leer con distancia irónica los titulares de la prensa española sobre la imparable difusión de la lengua española en Brasil, esa “isla” de portugués rodeada por todas partes de países castellanoparlantes. Lo de la insularidad lingüística de Brasil me recuerda siempre aquel dicho inglés sobre el aislamiento del continente europeo. Supongo que muchos lectores de esos medios propagandísticos, quiero decir, informativos, deben pensar que dentro de nada podrán andar por este inmenso país de América del Sur hablando su castizo castellano sin necesidad de hacer ningún esfuerzo para ser comprendidos. Nada más lejos de la realidad. Por si acaso, quiero empezar aclarando que por aquí casi todo el mundo habla portugués (y más de 180 lenguas indígenas, además de italiano, alemán o japonés en históricas comunidades de inmigrantes).

En el año 2005 se aprobó una ley que establece la oferta obligatoria del español como lengua extranjera en los currículos escolares de la última fase de la enseñanza fundamental y en la secundaria. Es decir, que los centros de enseñanza públicos y privados deben ofrecer el español como asignatura obligatoria u optativa para los estudiantes, a criterio de las comunidades escolares. La aprobación de esa ley deflagró aquel torrente de comentarios y noticias delirantes sobre la transformación de Brasil en un país bilingüe del que hablaba al principio. También se destacaba la necesidad de que España asumiese un papel preponderante en la formación de profesores de español en Brasil. Sólo así se conseguiría regimentar el contingente necesario (utilizando el léxico bélico que los agentes del español internacional gustan de emplear) para acometer tal empresa de dimensiones continentales.

La política lingüística española que considera la conquista de Brasil un objetivo prioritario es la misma que invierte fuertemente en el valor económico de la lengua, pasando por arriba de cualquier consideración relacionada con la ecología lingüística, el respeto a la diferencia o el equilibrio multilingüe.

Además, para la ideología “liberal” española, tan comprometida con el valor instrumental y productivo del castellano, la promoción de “las demás lenguas españolas” sería una aberración económica, pues le quitaría poder de persuasión a la política expansionista del español. ¿Cómo podría difundir su poder comunicativo por el mundo un idioma que no es capaz de ser completamente hegemónico ni en su propia casa? Cual bala perdida, los tiros nos llegan de rebote a los indisciplinados hablantes minoritarios, que nos negamos a participar en esa magna empresa de expansión internacional.

Como la guerra de las lenguas es una batalla sin cuartel en busca de rendimientos económicos, no se ahorran esfuerzos para la conquista de mercados. Los discursos que intentan persuadir de la bondad y necesidad de esa política convierten el español en puro instrumento de comunicación, intentando desvincular la lengua de la cultura e incluso de la historia si por un lado exaltan los valores del mestizaje y del hibridismo (para los otros), también proponen un férreo control sobre la lengua, en nombre del hegemonismo y de la centralidad normativa. Como los discursos propagandísticos suelen disparar para todos los lados, es frecuente que se argumente sin tapujos sobre el valor económico del español para España (representaría el 15% de su PIB, como se repite hasta la saciedad), al mismo tiempo que se enaltece la integración latinoamericana, aunque no parece que los países americanos de lengua oficial española sean llamados a beneficiarse de esa operación económica.

Cuando se aprobó la famosa Ley del español en Brasil, los propios medios oficiales brasileños relacionaban el acuerdo con la condonación de una parte de la deuda con España. Es decir, España cambiaba deuda por enseñanza del español en el sistema educativo brasileño. Y además se disponía a realizar inversiones para garantizar la implementación de la ley, posiblemente confiando en conquistar una posición privilegiada en un mercado emergente que no para de agregar nuevos consumidores.

El plazo que la ley se daba a sí misma para su completa implementación era de cinco años. Expira por tanto en 2010. Como el Estado brasileño no se ha esforzado mucho por hacerla realidad (por ejemplo, contratando a los profesores de español que ya están en el mercado o que salen cada año de las más de trescientas facultades que ofrecen estudios de letras orientados hacia esa lengua), el gobierno español y empresas asociadas han tomado la iniciativa, siempre de forma precipitada y arrogante. Hace dos años, por ejemplo, el banco de Santander propuso al Estado de São Paulo formar profesores de español con un curso a distancia del Instituto Cervantes. Las universidades paulistas se opusieron con determinación a esa medida absurda que pasaba como una apisonadora por arriba de su función constitucional de formar profesores para la enseñanza regular brasileña, devaluando el título de sus licenciados.

Ahora parece que vuelven a la carga. El pasado 4 de agosto se firmó un acuerdo al más alto nivel, entre el ministro de Educación brasileño y la vicepresidenta del gobierno español, para el uso de un programa de enseñanza de español a distancia del Instituto Cervantes en el sistema público de educación. Nuevamente la maquinaria pesada intenta atropellar el trabajo de los profesionales del español en Brasil. Los profesores de las universidades públicas, las asociaciones de profesores de español de los Estados y la Asociación Brasileña de Hispanistas hemos manifestado nuestro rechazo a esa medida y pedido explicaciones al Ministerio, aunque de momento ni siquiera hemos conseguido tener acceso al texto de la Carta de Intenciones que fue firmada por ambos gobiernos. Desde entonces no ha cesado la movilización.

Es un insulto a la inteligencia pretender usar una metodología de enseñanza de español a distancia, construida según las directrices del Marco Común Europeo de Referencia, en los colegios brasileños. La asignatura de lengua extranjera en la enseñanza regular brasileña no tiene un carácter estrictamente instrumental, sino que pretende cumplir objetivos educativos más amplios, como poner al estudiante en relación con otras realidades culturales, hacerlo reflexionar sobre su propia lengua y sobre la diversidad lingüística, derribar estereotipos, dialogar con otras materias del currículo para cumplir objetivos transversales y contribuir, en suma, a una educación lingüística que vaya mucho más allá del simple dominio de la lengua como “puro instrumento comunicativo”. Eso es algo que la escuela puede y debe hacer, y en las universidades brasileñas trabajamos con empeño para formar a los profesores que puedan actuar críticamente en ese modelo educativo.

En Brasil, por otra parte, ya se han puesto en marcha interesantes medidas de integración lingüística que funcionan bien, como las Escuelas Interculturales Bilingües de Frontera, en las que se utilizan métodos de inmersión lingüística, con profesorado de ambos lados de la frontera trabajando en conjunto. Hay también acuerdos entre Brasil y los otros países del Mercosur en los que prima la horizontalidad y la reciprocidad de las políticas lingüísticas, de manera que las mismas medidas educativas son adoptadas por todos.

El propio gobierno español, a través de la Consejería de Educación de la Embajada, aplica auténticas políticas de cooperación, creando Centros de Recursos Didácticos en colaboración con centros de enseñanza superior de Brasil u organizando cursos interuniversitarios de actualización para profesores. Yo mismo he impartido, como profesor de una universidad brasileña, uno de esos cursos, formando parte de un equipo interuniversitario de profesores brasileños y españoles. Eso es cooperación y difusión razonable del idioma. Lo otro es simple negocio y delirio imperial. El gobierno español y los consorcios empresariales que alientan ese tipo de políticas lingüísticas pueden poner el castellano a la venta en Brasil, si eso es lo que quieren. Pero que nadie se sorprenda si los brasileños deciden no comprarlo. Al final, el tiro les saldrá por la culata.


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